Construyendo un suelo común

La Metáfora de la Banda de Jazz: Buscando Armonía para el Activismo por la Justicia Social

Escrito por:
Mónica Roa
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En 2016, mientras me encontraba con activistas de todo el mundo para debatir sobre la creciente ola de populismo autoritario, me sentí incómoda con el lenguaje bélico que impregnaba nuestras conversaciones. La retórica en torno al enemigo, los ejércitos organizados, los soldados comprometidos y las armas innovadoras parecía no estar en sintonía con nuestras preocupaciones por la democracia, los derechos humanos y la justicia social. 

Por esa misma época, descubrí el libro de Lakoff " ¡No pienses en un elefante!", en el que ilustra la profunda conexión entre el lenguaje, la cognición y la construcción de la realidad. Basándose en los conocimientos de la neurociencia, Lakoff sostiene que el mero acto de la expresión verbal tiene el poder de dar forma y moldear nuestra comprensión de cuestiones complejas. En concreto, explora cómo el encuadre lingüístico puede evocar y activar marcos mentales, demostrando que discutir conceptos en términos de oposición activa inadvertidamente las estructuras cognitivas que se pretenden cuestionar.

Fue en este contexto en el que busqué una metáfora alternativa, descubriendo finalmente que la analogía de la banda de jazz tenía potencial durante una reunión de donantes europeos, organizada por Ariadne.

De la rigidez a la fluidez

Para los amantes de la justicia social que somos rebeldes de corazón, la estructura rígida de las orquestas, en la que un único director dicta cada movimiento y los músicos siguen obedientemente partituras predeterminadas, es una referencia inherentemente inadecuada. En cambio, la metáfora de la banda de jazz invita al activismo a imaginar un esfuerzo de colaboración que no se vea obstaculizado por un guión predefinido. No sólo reconoce la necesidad imperiosa de contar con diversos instrumentos, sino que también aboga por abandonar el enfoque de "talla única", reconociendo la complejidad de los retos a los que nos enfrentamos.

El activismo, como una banda de jazz, se nutre de un liderazgo fluido que permite a los individuos brillar con luz propia.

Las distintas formas de activismo, desde la organización de base hasta la educación comunitaria, la incidencia política, la acción directa y el cambio cultural, desempeñan papeles diversos que contribuyen a una misión compartida. En este entorno dinámico, cada activista se turna para ser el centro de atención, aprovechando las fortalezas de los demás en cada contexto.

Esta dinámica también es válida en el campo de la narrativa, donde diversas historias, formatos, mensajeros y audiencias confluyen en una música armonizada -por los valores y una visión del mundo compartida- que las comunidades pueden bailar y cantar allá donde vayan. Algunas historias activan a los simpatizantes, otras atraen a los flexibles y otras neutralizan los mensajes antagonistas, pero juntas ejercen el poder de crear significado y facilitar un cambio social duradero.

Aprender a complementarse y a adaptarse a la energía del auditorio

Trabajar como una banda de jazz exige que el activismo domine el arte de complementarse mutuamente, reconociendo las fortalezas y debilidades de cada quien, y coordinándose con fluidez. Reconocer cuándo dar un paso al frente o cuando ceder el espacio a los demás es vital para crear un efecto armonioso, adaptado a las exigencias de cada circunstancia.

Reconocer cuándo dar un paso al frente o cuando ceder el espacio a los demás es vital para crear un efecto armonioso, adaptado a las exigencias de cada circunstancia.

Esta metáfora cobra especial relevancia cuando los retos de nuestro tiempo exigen una adaptación continua a la energía del entorno. Esta flexibilidad requiere afinar las habilidades de investigación de audiencias, comprender las diferencias entre simpatizantes, flexibles y antagonistas, y ser receptivo a los comentarios sobre lo que encuentra eco.

Acordar el tono para un efecto armonioso:

Si el activismo se concibe como un animado conjunto de jazz, la libertad y la improvisación son fundamentales, pero se necesitan acuerdos básicos para un efecto armonioso. Cada activista debe alinearse en torno al tono colectivo en el que opera, evitando caer en la cacofonía y permitiendo que cada individuo toque libremente mostrando su especialidad.

Este tono compartido se equipara a la metanarrativa o la estrella polar, un principio rector que alinea los esfuerzos del conjunto. Sirve de acuerdo esencial que permite la improvisación coordinada en medio de la diversidad de estilos y voces.  Este tono se construye a partir de la trama de valores compartidos y de la visión del mundo que alimenta nuestros sueños colectivos de dignidad, cuidado y liberación. Debemos asegurarnos de construir una comprensión compartida y matizada de estos valores.

Del mismo modo que la actuación de una banda de jazz funciona gracias a la sincronía de los instrumentos que tocan en una misma tonalidad, nuestro acuerdo básico permite al activismo actuar de forma cohesionada en medio de sus diferencias. Se convierte en la espina dorsal rítmica que facilita una colaboración sin fisuras.

Conclusiones: Armonicemos el activismo para lograr un impacto global

En conclusión, la metáfora de la banda de jazz emerge como una lente valiosa para navegar por el intrincado panorama del activismo global por la justicia social, racial, climática, y de género. Su valor radica en la capacidad de integrar esfuerzos diversos sin perder de vista los matices de los contextos locales, las habilidades únicas y la flexibilidad necesaria.

Reconociendo que cada activista desempeña un papel distinto y aporta una contribución valiosa, nuestro reto consiste en comprender cuál es el público adecuado y el momento oportuno para dar un paso al frente o ceder amablemente el protagonismo.  La inutilidad de nombrar un director de orquesta o de imponer rígidas partituras se hace evidente al considerar la naturaleza dinámica de nuestro trabajo colectivo y el aspecto rebelde de nuestro carácter.

Abandonemos la pretensión de una uniformidad inútil. En su lugar, celebremos la diversidad dentro de nuestros grupos y reconozcamos la perfección de cada activista para un momento determinado. El fantasma de la inhumanidad está entre nosotros, y el gran desafío al que nos enfrentamos exige lo mejor de nuestra fuerza colectiva. 

Identifiquemos quién es bueno haciendo qué, estrechemos nuestros vínculos y practiquemos tocando los unos con los otros. Aceptemos la prueba y error como parte de nuestro viaje de aprendizaje colectivo, y busquemos alegría en el proceso e inspiración en los demás.

Si adoptamos un liderazgo fluido, apreciamos las diversas fortalezas que aporta cada activista, dominamos el arte de complementarnos y nos adaptamos con destreza a la energía de cada sala, el activismo puede hacer música que resuene en la sociedad y anime a la gente a bailar a nuestro ritmo. 

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 Mónica Roa es Fundadora y directora ejecutiva de Puentes, la casa matriz del Inspiratorio.

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